martes, 5 de diciembre de 2017

Constelaciones

Recuerdo la primera noche que fumé porro. Estaba con Nico, Raúl y Vicky; una amiga de Nico que había llegado de Argentina y en esos tiempos ambos estaban medio saliendo. Decidimos ir a comprar un par de cervezas para pasar el rato también y creo que también un poquito de guaro. Recuerdo que por esa época los tres jugaban ultimate; un deporte donde se utiliza un frisbee y que las reglas son muy similares a las del fútbol americano. Éramos jóvenes, inmortales. “Aquí traje los brownies” - dijo Raúl que acababa de llegar de la tienda, mientras que Vicky seguía raspando la hierba dentro del frisbee. Luego de un tiempo, metimos una parte de la marihuana en los brownies - “Miremos si así nos pega” - Dijo Vicky, aunque a juzgar por el rostro de Raúl creo que no iba a pasar nada. Los comimos. Subimos al apartamento y nos pusimos a ver la final de fútbol que disputaban en ese entonces Millonarios y otro equipo que no recuerdo. Pasó y pasó el tiempo, segundo tiempo, penaltis y ninguno, ninguno se sentía feliz o reflexivo o inmóvil o qué sé yo. Nico tuvo uno que otro momento de felicidad pero se esfumó cuando los penaltis llegaron. El partido acabó y los cuatro seguíamos ahí, sentados en la sala esperando mientras que afuera, en la calle, se escuchaban pitos y gritos y música. Decidimos salir a estirar las piernas y como no, sacar lo último de porro que nos quedaba para ver si nos pegaba. Bajamos las cervezas, el guaro y fuimos a una pequeña zona bbq del conjunto en donde estábamos -“Hagamos Marías”- dijo Vicky; una actividad que consiste en inhalar todo el humo que puedas, retenerlo, tomar un trago de tu cerveza y pasar el cigarro al del lado; el del lado tiene que inhalar dos veces y hacer lo mismo con la cerveza y pasarlo, el del otro lado tiene inhalar tres veces y así hasta que alguien “pierda”. A la primera no pude ni sostener el humo sin toser más que el tiempo necesario que duró la risa de ellos por haber tosido; sin embargo después de unos cuántos intentos y una breve charla logré entender la mecánica y me dispuse a jugar el juego. Como era de esperarse, todos empezaron a detonar en un efecto dominó, con risas, ocurrencias, cantos y copas de guaro quemando la garganta. Sin embargo yo seguía igual o pues, no sentía nada o eso les decía -“La estás negando parce”- me respondía Vicky, algo que pasa muy seguido con los primerizos, algo como que si tu le dices que no al porro, el porro ni te voltea a mirar; o eso es lo que va con la cultura popular del porro. Igual, no le hice casi caso y me acosté en una pequeña montaña de pasto que quedaba al lado del bbq, mientras ellos seguían riendo y tomando. Ya era de noche y las estrellas a su ritmo, ese día, iban apareciendo para mirarnos. Cada una con su luz, tamaño y distancia entre ellas. Luego de un tiempo ellos tres se recostaron al lado mío y quedamos en fila mirando al cielo. Fue entonces ahí y sólo ahí, que lo supe y Vicky se dio cuenta; se levantó y se sentó en un pedazo de tronco diagonal a nosotros para verme. Por un momento sentí que era infinito, que éramos infinitos. Los cuatro en posiciones que no se pueden cuadrar para que sucedan; Yo, acostado mirando al cielo con las dos manos sobre el pecho, a mi derecha Nico, también acostado pero mirando a Vicky, Vicky sentada diagonal a mi derecha viéndome y Raúl a mi izquierda, sentado en la montaña de pasto mirando al frente; todo esto sólo sucede. Fuimos pintura de instante, estáticos y fugaces y justo ahí, cuando nos olvidamos, vi a las estrellas mirándonos. No recuerdo cuántas eran; cuatro, tres, dos, cinco; no sé, pero nos miraban. Drogadas, bebiendo y estando perfectamente alineadas en su extraño orden de ser, tal cual como nosotros. No sé por qué, pero me entró un cosquilleo en las manos y tuve el leve presentimiento de que éramos constelación. Supe que en algún lado, muy muy lejos tal vez, alguien más, un grupo de amigos creyéndose inmortales e infinitos, estaban en algún pasto acostados con los ojos al cielo; drogados, enamorados y siendo constelación gracias a nuestra luz.